sábado, 29 de enero de 2011

Jerónimo Gracián llega a Pastrana (parte 1)


El convento de Mancera prosperó y dejó de ser noviciado. El de Pastrana pasó a ser el único y principal centro de formación de los novicios. Todo parecía funcionar bien, pero la Madre Teresa notó que algo estaba ocurriendo en aquella casa de formación y se alarmó. El maestro de novicios, Ángel de San Gabriel, usaba métodos poco recomendables y prudentes, contrariando las directrices que Juan de la Cruz había dejado.

El noviciado de Pastrana contaba en aquella época, aproximadamente, con unos 30 novicios y entre ellos se encontraba Jerónimo Gracián que vivamente nos cuenta algo de lo que por allí se pasaba: “Otros recién profesos – aunque ordenados – carecían de letras, y aun algunos de experiencia y prudencia; en tanto grado, que acaeció alguno tomar un novicio y estarle azotando las espaldas desnudas hasta que encendiese fuego en leña mojada con la oración sola, sin poner lumbre, como hizo nuestro padre Elías, diciendo que en esto se había de conocer la perfección” .

Aquel noviciado, tan deseado, que le costó años de sufrimientos, fue el comienzo de nuevas pruebas y dramáticas tentaciones de abandonar su vocación al Carmelo Descalzo. Dios vendría en su auxilio gracias a la Madre Isabel de Santo Domingo, Priora del convento de monjas de Pastrana. La Madre Isabel tenía, por supuesto, un don especial. Así nos lo cuenta el mismo Gracián:

“Pues en aquellas aflicciones que te dije en el año del noviciado, cuando me quise salir, diome Dios por consuelo a la madre Isabel de santo Domingo (que entonces era priora de las Carmelitas Descalzas de allí y después fundadora de las de Segovia y Zaragoza) que en hablándola y contándola mis tentaciones y pensamientos – aunque no me dijese nada más que oírme – huían luego los nublados de mi corazón y se serenaba el cielo de mi espíritu y salía el sol y luz de alegría acostumbrada.”

No era sólo el estado precario de Pastrana que provocaba en Gracián tantas dudas y tentaciones: el exceso de trabajo, asumir responsabilidades que no eran propias de los novicios, llevaban al joven padre a casi un agotamiento. Aunque novicio, ya era sacerdote, con experiencia de púlpito, confesiones y otros apostolados. Esta condición hacía que se destacara entre los demás; así, tuvo que asumir, muchas veces, la dirección del convento, ayudar en la formación de los otros novicios, preparar sermones, atender confesiones – principalmente de las monjas Descalzas que estaban en Pastrana -, salir del convento para buscar subsistencias para sus hermanos, atender a las necesidades espirituales en los pueblos vecinos . Estas fueron algunas de las obligaciones designadas a él, además de aquellas que eran propias de todos los novicios.

AUTOR: José Alberto Pedra, OCDS
Traductor: Fr. Luis David Perez

domingo, 2 de enero de 2011

Cap. III (2ª parte) "NOVICIO EN EL CONVENTO DE PASTRANA"


Algunos antecedentes: las primeras fundaciones de los frailes

Durante esas visitas tuvo la oportunidad de exponer al P. Rubeo las ventajas e importancia, para la Iglesia, de extender por toda España aquel nuevo estilo de vida en “obsequio de Jesucristo”. La Madre Teresa era una mujer que convencía y el P. Rubeo, además de ser sensible a las cosas de la Iglesia y de la fe, era también un buen político. Sabiendo que Felipe II deseaba reformar la vida monástica en todo su reino – pues la juzgaba muy relajada -, entendió que podría agradar a Dios y al Rey apoyando la iniciativa de Teresa de Jesús.

Al partir de Ávila, dejó una carta para la Madre Teresa, donde había escrito: “A la Rvda. Madre Teresa de Jesús, concedemos la facultad y el poder de fundar monasterios de monjas de nuestra Sagrada Orden, en cualquier lugar del reino de Castilla, donde se viva la Regla primitiva, con el modo de vestirse y otras maneras que tienen y observan en San José”.

Una segunda carta, todavía del P. Rubeo, ampliará el territorio concedido al proyecto teresiano: “Nuestras licencias se extienden a toda Castilla, la Nueva y la Vieja”.

Teresa quería más, quería realizar su antiguo sueño: fundar monasterios para frailes sujetos a la observancia de la Regla primitiva. Su sueño comenzó a tornarse realidad con una tercera carta patente del P. Rubeo quien le autorizaba a fundar esos conventos.

Transformar dicha autorización en realidad era el nuevo desafío de Teresa. ¿Dónde encontrar Padres dispuestos a vivir ese estilo de vida? Como siempre, Teresa buscará auxilio junto a su amado Amigo: Su Majestad, Jesucristo. Pide insistentemente que le envíe esos Padres y El se los enviará: despacio y de modo sorprendente.

Teresa había dejado el Carmelo de San José acompañada de otras hermanas para fundar un nuevo convento. Su destino era Medina del Campo. Teresa funda este convento: “San José de Medina del Campo”. Era el año de 1567 todavía no había pasado un año desde que el P. Rubeo autorizase la fundación de nuevos monasterios.

La enorme simpatía y la santidad de Teresa de Jesús, la vida austera que se vivía en aquel monasterio fueron, lentamente, atrayendo amigos y bienhechores. Las visitas eran constantes y variadas, pero se destacaba la del prior del convento de los carmelitas, de observancia mitigada: P. Antonio de Heredia. Tratábase de un noble, de esmerada formación, ex-alumno de la Universidad de Salamanca. Tenía todos los requisitos para los altos cargos eclesiásticos. Conocer a Santa Teresa le dejó impresionado. Cuando Teresa le dijo que había recibido autorización del P. Rubeo para fundar dos conventos masculinos pero que estaba con dificultades para encontrar frailes dispuestos para tal empresa, Antonio de Heredia, no dudó: - Yo seré el primero!

“Yo lo tuve por cosa de burla – escribió Teresa – y así se lo dije; porque aunque siempre fue buen fraile y recogido y muy estudioso y amigo de su celda, que era letrado, para principio semejante no me pareció sería, ni tendría espíritu ni llevaría adelante el rigor que era menester”. Durante un año soportó muchas dificultades y persecuciones debido a falsos testimonios, dando la impresión de que el Señor deseaba probarlo, y lo soportó todo. “Y él lo llevaba todo tan bien y se iba aprovechando tanto, que yo alababa a nuestro Señor” . La Madre Teresa tenía ya su primer seguidor y simiente para la fundación del primer convento masculino de Carmelitas Descalzos.

Pasados algunos días, llamaron a la puerta del monasterio dos Padres jóvenes – formados en la Universidad de Salamanca - : Fray Pedro de Orozco y Fray Juan de Santo Matías. Fray Pedro habló tan bien de su compañero que la Madre Teresa quiso conocerlo mejor. Cuando se entrevistó con él, contó sus proyectos e intentó convencerle de lo bueno que sería para él, ya que buscaba la perfección, que lo hiciera dentro de la propia Orden pues así serviría mejor al Señor.

Fray Juan de Santo Matías – futuro San Juan de la Cruz – tenía un temperamento que parecía no corresponder a su tamaño: poco más de metro y medio de altura. Aunque le encantaron los planes propuestos por la Madre Teresa y viera en ella gran sinceridad y santidad, tenía sus propios proyectos: quería retirarse, inmediatamente, para la vida eremítica, y tenía mucha prisa. Quizás haya sido ésta la razón por la cual, aunque le había fascinado la propuesta de Teresa, impuso a la Madre una condición: “que no tardase mucho” la instalación de aquel convento.

La Madre Teresa se encantó con aquel frailecito y no ahorró elogios en una carta que envió a Don Francisco de Salcedo: “aunque pequeño de estatura, entiendo que es grande a los ojos de Dios. (...) es prudente y apropiado para nuestro estilo de vida, y así creo, le ha llamado Nuestro Señor para esta obra...”.

Teresa tenía los frailes. Le faltaba, ahora, un lugar para colocarlos. No tardo en aparecer: una casita en un lugar con pocos habitantes ofrecida por un señor de Ávila. La Madre Teresa no esperó mucho y se puso a camino para conocer el lugar. “Mi compañera, aunque mucho más amiga de penitencias que yo, no soportaba la idea de que yo hiciera allí un convento y me dijo: “Cierto, madre, que no haya espíritu, por bueno que sea, que lo pueda resistir” . Podemos imaginar el estado de la casa!

Retornando a Medina del Campo, llamó a Fray Antonio y a Fray Juan y, muy objetivamente, les habló sobre la pequeñez y pobreza de la casa. De ellos sólo oyó entusiasmadas manifestaciones de alegría.

La Madre Teresa dejó a Fray Antonio cuidando de las reformas de la casa y viajó con Fray Juan para Valladolid. Se trata de un momento crucial. Juan será el heredero del carisma de Teresa, será quien deberá mantener y transmitir, para la rama masculina, el ideal teresiano. La propia Teresa de Jesús nos narra: “había lugar para informar al Padre fray Juan de la Cruz de toda nuestra manera de proceder, para que llevase bien entendidas todas las cosas, así de mortificación como del estilo de hermandad y recreación que tenemos juntas... El era tan bueno, que al menos yo podía mucho aprender de él que él de mí: mas esto no era lo que yo hacía, sino el estilo del proceder las hermanas” .

El día 28 de noviembre de 1568 se inauguró el convento y se dio inicio a la vida descalza con San Juan de la Cruz, Antonio de Jesús y otros dos que comenzaban a hacer una experiencia. El pequeño monasterio se trasladó, en junio de 1570, de Duruelo a Mancera: no había espacio en el primero para los nuevos candidatos que se presentaban. Por otra parte, aquella primera fundación de religiosos fue creada para ser residencia, lo que excluía, según las Constituciones, la posibilidad de recibir novicios.

AUTOR: José Alberto Pedra, OCDS
Traductor: Fr. Luis David Perez