viernes, 24 de junio de 2011

Intrigas y persecuiones
(parte 3)

Pero estas pequeñas calumnias e invenciones, como muchas otras, más escabrosas e injuriosas, tenían un objetivo mayor y más dramático. El enemigo era astuto: iba sembrando la duda, lentamente, a través de  pequeñas insinuaciones – siempre con un fondo grave -, de la honra del Padre Gracián. Cuando llegase el momento propicio para el golpe final, la víctima ya no podría contar con muchos defensores: el daño ya estaba hecho.
No consiguiendo probar ninguna de las acusaciones y calumnias, sus enemigos pasaron a preparar su alejamiento de la península ibérica (Portugal y España). Primero, le destinaron a México. Pero cuando estaba preparando el viaje para el Nuevo Mundo, las calumnias y acusaciones contra él, contra las monjas descalzas y todos aquellos que le  tenían como guía, se volvieron más intensas y maliciosas.
 Herido en sus sentimientos más íntimos, decidió defenderse a sí mismo y  la obra teresiana que Doria y sus seguidores estaban intentando destruir.
 Infelizmente, no consiguió  hacer que sus perseguidores y detractores volvieran atrás. En su declaración de defensa fue tan claro y concreto en la descripción de los métodos mezquinos utilizados por sus enemigos que, en vez de asustarlos o detenerlos, provocó todavía más el furor de sus enemigos haciendo que estos se tornasen más duros y obstinados.
 La orden de ir a México se suspendió. Pero esto no significó una tregua; al contrario, fue un ataque directo y demoledor el que iba  a comenzar. Se instauró un proceso formal contra el padre Gracián (octubre de 1587) donde debería responder a las acusaciones formuladas contra él. Desde el primer “examen”, escapó con la ayuda de numerosos testigos, favorables a él, hasta llegando a  proclamar su santidad. Los miembros del “tribunal” deben haberse quedado atónitos y llenos de  pánico, pues no esperaban una defensa tan brillante y tantas declaraciones a su favor. No tuvieron otra salida sino andar con más cuidado y prudencia en cuanto a un  celo que no pasaba de ser puro pretexto para dominar y apropiarse de lo que no les pertenecía: el carisma teresiano[1].
 Pero el orgullo y la codicia no van de acuerdo con la prudencia y la caridad. No se consiguió ninguna tregua. En determinada ocasión recibió una amonestación respecto de algunas “faltas”; inmediatamente recibe una intimación (15 de marzo de 1588) para que se presente en Madrid y responder, delante de sus superiores, para que justifique su reincidencia en ciertos “errores” y “faltas”. Rápidamente y con humildad atiende a esta intimación; quizás pensaba que le darían una oportunidad de explicarse. Pero la escena que habían montado era otra: le niegan el derecho de defensa, escrita o hablada, y le ordenan que viaje inmediatamente para México.
[1] “Fray Nicolás Doria y sus partidarios van a iniciar abiertamente la guerra contra el padre Gracián, quien representa la herencia auténtica de Madre. Doria y los suyos enarbolan el estandarte de una austeridad rigurosa, lejos del fino estilo, humanísimo, de la Fundadora. Ellos, si pudieran hasta quitarían a Teresa de Jesús el título de Fundadora, pues consideran vejatorio que una Orden de hombres haya nacido en manos de una mujer. Me asombra cómo no les vino a la mente que todos los varones nacemos de nuestras madres”. José María Javierre en Juan de la Cruz: un caso límite, Sígueme, Salamanca, 1991 p. 838

jueves, 16 de junio de 2011


Intrigas y persecusiones
(Parte 2)
Las acusaciones
       Con la muerte de Santa Teresa (1582) comenzó para Gracián su verdadero calvario. Los verdugos: sus mismos hermanos de Orden, principalmente algunos de aquellos a quienes él había ayudado y apoyado de modo especial. ¿Cuáles fueron las acusaciones y difamaciones? Podríamos decir que fueron de todo tipo: Morales, administrativas, doctrinales.... Veamos algunas de las más comunes surgidas en la imaginación de mentes poco saludables.
1. “Estábamos una noche, acabando de cenar, en recreación; y sentimos que un hombre daba de puñaladas a otro, y el herido se quejaba y pedía confesión. Dije yo: “salgamos luego a confesarle”. Respondió uno –y no de los menos santos-: “no se puede abrir la puerta, porque es contra la obediencia”. Dije yo con cólera: “¡Qué obediencia, que no hay obediencia! Salgamos antes que muera”. Y salímosle a confesar. Quien tenía la otra opinión acriminaba que yo había dicho que no hay voto de obediencia en las religiones, o tales palabras que olían a herejía”[1].
 
       Este hecho nos lleva a recordar la interpretación dada por el propio Jesús respecto de la obediencia debida a la ley judaica del sábado. Parafraseando el texto evangélico, casi se podría afirmar que Gracián habría dicho: “más vale la misericordia que salva una alma que la obediencia estéril que es mantener la puerta cerrada”.
       La difamación rondaba al P. Gracián. Sus acciones, sus decisiones eran malinterpretadas y continuamente trasformadas, por parte de sus detractores, en actos condenables. Otro caso:
2. “Frabricándose el convento de las monjas Descalzas de Lisboa, asistiendo yo allí con los oficiales para que trabajasen, acaecía en la siesta con el rigor del verano querer reposar un poco y sacar las monjas un colchón para ello (que claro está que el colchón no había de ser de los carpinteros sino de las monjas). Escribióse que dormía yo en las camas de las monjas, etc., con palabras muy perjudiciales”.
He aquí otro caso:
 
3. “Diome la madre Teresa de Jesús unas reliquias. Y una Priora de las más santas y más puras que yo he conocido en la Orden púsolas en un relicario hecho en forma de corazón que yo traía conmigo. El haberme dado esta Priora este corazón se dijo con palabras que daba a entender haber otra afición de por medio”.

[1] Para una visión más completa de los hechos ver: Gracián – Peregrinación – pp. 73-74

viernes, 3 de junio de 2011

Intrigas y persecuciones

(parte 1)

Son muchas las cartas que Teresa de Jesús escribió al P. Gracián de la Madre de Dios. Fueron tantas que podrían constituir un capítulo aparte. A nadie la Santa escribió tanto y nadie, como Gracián, se empeñó tan determinadamente en conservarlas y transmitirlas. Son más de cien cartas, consideradas en términos numéricos. Pero no es la cantidad – aunque también el número revela el aprecio que tenía Santa Teresa por este hombre de Dios -, sino la calidad, el contenido de esas cartas, lo que hacen de ellas un verdadero tesoro.
El intercambio de correspondencia comenzó a ser significativa y regular a partir del encuentro de los dos , en Beas, el año 1575. Gracián tenía entonces 30 años de edad y 5 de sacerdocio. Teresa de Jesús tenía 60 años de vida y 13 como fundadora. Como hemos visto en el capítulo anterior, este primer encuentro duró varios días, e impresionada con la santidad y valor de aquel joven sacerdote, le abrió su alma y, por iniciativa personal, hizo ante él el voto de obediencia. Un voto a través del cual no sólo le confiaba su alma sino que también le tornaba corresponsable de su obra fundacional.
Este privilegio no podía dejar de despertar celos en muchos otros a quienes les habría gustado ser los destinatarios de tales cartas y de gozar de aquella enorme confianza depositada por la Santa en aquel joven sacerdote.
Jerónimo Gracián fue un hombre con una visión de largo alcance  para su tiempo. Su corazón era movido por la misericordia y su mirada dotada de aquello que Santa Edith Stein – analizando la obra de San Juan de la Cruz – llamaría de “objetividad de los santos”[1], pues cuando trataba con las personas no veía simplemente hombres y mujeres, sino criaturas de Dios. Este modo de ver aparece con toda su exuberancia en una de las páginas de su libro Peregrinación de Anastasio. Hablando sobre amar a los enemigos  expone con claridad y – como es normal en su estilo literario – con una pedagogía ejemplar.
Cristo, en verdad, no dijo amate inimicos, sino diligite inimicos vestros[2], pues el primero es cosa del sentimiento y el segundo pertenece a la voluntad[3].
“Si un sagrario o custodia de piedra mal labrado encierra dentro de sí el Santísimo Sacramento, no dejo de adorarle y reverenciarle aunque le quisiere ver de oro y fábrica preciosa. Sé que en el que me persigue está Dios por esencia, presencia y potencia; bien quisiera yo que para mí el sagrario fuera más agradable, pero cierro los ojos a lo exterior y no a lo que contiene.”[4]

Así como Santa Teresa, siguiendo radicalmente la doctrina evangélica, procuraba no hacer más pesado el fardo que cada uno tenía que soportar. Y esta, que era una virtud – y continua siéndolo -, se transformó en un elemento de acusación contra la vida apostólica y administrativa del P. Gracián. Fue duramente acusado de apoyar la relajación de vida dentro de los conventos, de ser demasiado benevolente a la hora de aplicar las penitencias, de dedicarse mucho al estudio y a la predicación..., en fin, fue acusado de no seguir el carisma que Santa Teresa estaba, junto con él y San Juan de Cruz, consolidando dentro  de  la Iglesia.
[1] Cf. Edith Stein – La ciencia de la cruz – Monte Carmelo
[2] Cf. Mt. 5, 44 – Nuevo Testamento Trilingüe – Edición crítica de José M. Bover y José O’Callaghan. Madrid: BAC, 1988
[3] El P. Gracián establece aquí la diferencia entre el amor sentimental y el amor espiritual. En el texto griego del evangelio la palabra es agapate. Cf. También, con referencia al amor espiritual: Camino de Perfección de Santa Teresa de Jesús.
[4] Gracián – Peregrinación... – p. 185. Merece la pena leer todo lo que dice sobre el amor a los enemigos.