Viaje a Roma (parte 2)
El P. Doria hacía todo lo posible para que Gracián entrase en otra Orden,conforme constaba en su sentencia de expulsión pero, en su insensatez, Doria y
sus agentes en Roma hacían lo posible para que tal cosa no se realizase, pues
difundían tantas infamias sobre Gracián que ninguna Orden iba a aceptarlo.
¿Cómo una Orden aceptaría a un religioso “tan disipado”, que podría causar
tanto mal como había causado en los Descalzos? Doria y sus seguidores se perdían en sus propias artimañas.
Ante tales hechos, los detractores de Gracián consiguieron que el Papa
despachase un mandato obligando a los Dominicos a aceptarlo. Pero la historia
de los hombres está escrita por manos invisibles. Siendo notificado sobre la
decisión papal, el Vicario General de los Dominicos – fray Juan Vicente – sepostró ante el Papa preguntando: “¿en qué había pecado la Orden de Santo
Domingo para forzales a que recibiesen un expulso de los Carmelitas?”64 El
Papa, dándose cuenta de su error – aunque por falsas razones –, se volvió atrás.Sobre este episodio el P. Gracián teje un comentario que demuestra muy
bien su fidelidad y amor a las dos grandes mujeres de su vida: “la Virgen María y la santa Madre Teresa desde el cielo debían de ver que no era camino para mi
salvación ser religioso contra mi voluntad en otra Orden, por santa que fuese, tomando habito por negociaciones humanas y no por divina vocación”65.
Los Descalzos le aconsejaron que no revelase, en los conventos donde
procuraba entrar, que él había sido expulsado de la Orden. Gracián, aún
sabiendo que ésta sería una salida, sabía también que era un pecado grave. Por
entonces tuvo la suerte de encontrarse con un antiguo amigo del tiempo de
estudiantes en Alcalá. Se trataba del P. José Acosta, de la Compañía de Jesús.
Tuvo la oportunidad de hablar con él y encontrar un poco de paz. Pidió que le
oyese en confesión y le preguntó si podría mentir con tal de conseguir entrar en
otra Orden, sobre el hecho de haber sido expulsado del Carmelo Teresiano. La
respuesta del P. Acosta fue un claro y sincero no.
Como amigo del P. Gracián y conociendo la política romana, el P. Acosta le
aconsejó que escribiese un memorial, dirigido al Papa, en el cual pediría – una
vez que ninguna Orden le quería aceptar – que le indicase una de las Órdenes
existentes que él la aceptaría sin más tardar. Le aconsejó también que, después de enviar el memorial, saliese de Roma dejando, por supuesto, la dirección, para
poder enviarle la correspondencia.
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