jueves, 15 de septiembre de 2011


Viaje  a  Roma

 Salió de Madrid 10 días después de su expulsión de la Orden y se dirigió a Alicante para desde ahí embarcar rumbo a Génova. Mientras esperaba el próximo barco se mantuvo activo en el apostolado, ejerciendo el ministerio sacerdotal. Pero le aguardaba una sorpresa desagradable: se encontró con dos religiosos de la Orden de los Descalzos que también viajaban para Roma. Sólo que el objetivo de los dos era  contrario al suyo: iban, con instrucciones de sus superiores, a preparar el terreno contra el P. Gracián. Conociendo los planes de Gracián, los dorianos se prepararon para anularlos desde el principio. Roma estaría “preparada” contra su defensa, cuando él llegase con ese objetivo.

Zarpó el barco a primeros de abril, llegando a Génova el día 16 de mayo y, al día siguiente, continuó su viaja para Civitavecchia y, desde allí, por tierra, hasta Roma, a comienzos del mes de junio. En este viaje gastó todo el dinero que tenía y se vio solo y pobre. No habiendo otro recurso sino recurrir a la caridad, pidió que le constituyesen jueces que examinasen su causa. No le negaron este pedido. Fue nombrado el jesuita P. Francisco de Toledo – que poco después fue nombrado cardenal – y más tarde el P. Alejandro, dominico, que más tarde sería consagrado obispo. Mientras tanto, los contrarios al P. Gracián no aflojaron en sus esfuerzos divulgando, entre los cardenales la sentencia y memoriales contra él. Se decidió que no debería ser oído, y que la sentencia dada por los Descalzos fuese cumplida. No bastaron los argumentos del P. Toledo: “¿por qué no se debía oír a un hombre, aunque fuera tan malo como lo pintaban?” Pero el P. Alejandro – que al principio tenía la misma opinión que el P. Toledo – comenzó a asumir una posición contraria y estuvo más empeñado en convencer al P. Gracián de que era mejor olvidarse de todo y tomar el hábito en alguna otra Orden. Como si esto no fuera suficiente, amenazó con condenarle a galeras.

El P. Jerónimo Gracián estaba aturdido, no entendía lo que se pasaba; nunca habría esperado una reacción tan inmisericorde de hombres que ostentaban tan altos cargos dentro de la Iglesia. ¿Cuál era el secreto?
Educado en la escuela de Santa Teresa, no se desanimó y tampoco perdió la calma ante tantas dificultades. Su deseo de seguir dentro del Carmelo Descalzo hizo que persistiera en la lucha con intención de ser oído y juzgado nuevamente. Esta actitud firme de Gracián contrariaba terriblemente al P. Procurador, Fr. Juan Bautista y, naturalmente, al P. Doria. Este último, con miedo de que los argumentos del P. Gracián fuesen tenidos en cuenta, trató de contar con el apoyo de la más fuerte personalidad de la España católica, nada menos que el rey Felipe II, el cual escribió a su embajador en Roma, el 9 de noviembre de 1582, ordenando: “si aportare ahí el P. Gracián, pedid al Papa que no le oigan, ni se vuelva a tratar más de este negocio”[1].
 El duque de Sessa – embajador en Roma – con mucho dolor, mostró a Gracián la razón de sus dificultades: la carta de Felipe II. ¿Qué otra cosa podría hacer sino “amainar velas, encogerse de hombros, callar la boca y acudir a Dios”?
Para no ser “condenado a galeras,”siguió el consejo del P. Alejandro: buscar otra Orden. Fue a los Capuchinos, Cartujos, Franciscanos Descalzos y todas las otras Órdenes religiosas. Ninguna de ellas le aceptó y se sintió un indeseable, como el más infame de los religiosos.




[1] Gracián, J., Peregrinación... p. 86

No hay comentarios:

Publicar un comentario