martes, 20 de diciembre de 2011



(parte 3)

Su alma sufría, lloraba por la lucha que en su interior se trababa, más dura que aquella otra que trabó – veinte años atrás – cuando decidió67 ingresar en la Orden de los Hermanos Descalzos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo.

Podemos llegar a esta conclusión a través de su propio testimonio“Aquí se me ofreció el mayor trabajo espiritual de nieblas interior y batalla derazones contrarias, indeliberación de lo que había de hacer para agradar a Diosy Nuestra Señora y hacer su voluntad que jamás se me ha ofrecido.[…] Fue estabatalla con tanta fuerza y eficacia, que no lo sabré decir. […]Mas al fin venció enmi corazón la parte contraria, y determiné de tomar el hábito de San Agustíncon tan grande contradicción, miedo y vergüenza de la Virgen María, que meparece tomara de mejor gana la muerte que volver a Roma a vestirme de negrocomo Agustino y hacer las fundaciones que llevaba a cargo”68

Podría parecer que el P. Gracián, al escribir estas palabras, estaba siendo arrogante y menospreciando a la Orden de San Agustín. No es contra la Ordenagustiniana que Gracián se vuelve. Su tormento procedía del hecho de serobligado a romper con una decisión tomada y bendecida por Santa Teresa: la deservir a Dios, a María y a la Iglesia dentro de la Orden de Nuestra Señora delMonte Carmelo. Con cualquier otra Orden en que se le obligase a tomar elhábito – excepto la Carmelita – tendría esta misma reacción. Su vocación era carmelitana y le obligaban a ser agustino.

Aquí no se puede olvidar que, despuésde muchas dudas, él había escrito, como razón última de su entrada en la Orden Carmelitana: Mas determinéme no pudiendo sufrir el ímpetu de los pensamientos que venían de amor de Nuestra Señora, diciendo entre mi: ‘Si ha habido muchos hombres nobles que por amores de una mujer de la tierra se han cegado, y dejado perder hacienda, honra y vida, acuchillándose, etc…, por qué tengo yo de reparar en cosa alguna, pues me ciega el amor de tal Señora? ¡Muera mucho enhorabuena!”69.

A través de esta decisión Gracián se tornó un Hermano de la Virgen del Carmen. Esperar otra actitud sería, poco menos que ingenuidad. Suponer que aquella decisión no había sido otra cosa sino entusiasmo de adolescente es desconocer el soplo del Espíritu Santo inspirando el camino de los escogidos. Con la decisión tomada y con la esperanza de que vestiría por poco tiempo el hábito agustino, retoma las esperanzas y emprende viaje para Nápoles, donde llega a primeros de agosto y desde allí prosiguió viaje, por mar, hasta Gaeta, donde debería vestir el nuevo hábito religioso70.

En Gaeta esperé una galera del Papa que iba a Roma (aunque había dedesembarcar en Civitavecchia), y yo, por acortar camino, entré en una fragata de la Inquisición que iba derecha a Roma en acabando de decir misa, en la cual me determiné, rompiendo con la fuerza interior que me hacía la Virgen María y la santa madre Teresa de Jesús para no dejar su Orden, a tomar el hábito de los Agustinos Descalzos. Y como calmase un poco el viento, los fragateros, por tomarle, se metieron un poco en la mar. Vi desde lejos un bajel, vieron elloshumos en las torres (señal de corsarios), comenzaran a llorar”71.

La fragata fue abordada por corsarios turcos que, además de expoliar todos los bienes que llevaban, hicieron prisioneros a todos, tripulantes y pasajeros, inclusive al P. Gracián, a quien colocaron, desnudo y amarrado, en el sótano del navío. Iba a comenzar un nuevo y dramático acto en la vida del P. JerónimoGracián de la Madre de Dios.


67 Ver cap. 3 de este mismo libro 68 Gracián, J., Peregrinación... pp. 445-44669 Gracián, J., Peregrinación... pp. 9-10 70 No llegó a recibir el hábito de los Agustinos71 Gracián, J., Peregrinación... p. 91

lunes, 12 de diciembre de 2011


"LA UNION DEL ALMA CON CRISTO ES EL TESORO ESCONDIDO QUE BUSCAMOS"

 _P. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios_

martes, 6 de diciembre de 2011

(parte 2)
Los términos de la respuesta son tan duros que dejan a Gracián hundido en una situación en la que se sentiría cualquier persona que se supiese inocente. La respuesta, no obstante larga, merece la pena transcribirla, aunque sólo sea algunas partes.

A los amados Vicarios y Definidores de la Congregación de los Frailes Carmelitas llamados Descalzos Clemente Papa VIII

Amados hijos, salud y bendición Apostólica

Considerando los abundantes frutos producidos diariamente en el campo del Señor por la sagrada Religión de los Frailes Carmelitas Descalzos cumplimos con agrado nuestro deber pastoral de vigilar por su quietud y tranquilidad.

Así pues, habiendo sido informados de que Fray Jerónimo Gracián, de la Orden de los Carmelitas de la B. María, llamados Descalzos, por exigirlo así susdeméritos, fue expulsado de dicha Orden de la B. María, y privado por los Superiores de dicha Orden y otros dos Asesores Religiosos, ex - Provinciales dela Orden de los Frailes Predicadores y de San Jerónimo en España, tal comosegún se dice, consta con mayor amplitud en la sentencia pronunciada el 17 deFebrero del año del Señor 1592 en la ciudad de Madrid, diócesis de Toledo, y enel proceso instruido sobre el caso. […] Y que el mismo Jerónimo presentórecurso sobre lo dicho, tanto ante el protector de dicha Orden, como ante nos yante la Sede Apostólica […] una vez discutida dicha causa […] la sobredichasentencia fue aprobada y confirmada con la autoridad, mandato y ciencia nuestros; y el mismo Jerónimo prometió entrar en la Religión de los Frailes Ermitaños de S. Agustín, que él mismo había elegido.

Sin embargo, como el dicho Jerónimo, olvidándose luego de su salvacióny de su estado, y, dando de lado el temor de Dios, descuidando el cumplimentode su promesa sigue vagando en hábito secular, y no se preocupa de entrar en Orden alguna, Nos, aprobando y confirmando dicha sentencia, y los procesos sobre ella formados […] con todas sus consecuencias.

Y el Breve continua enumerando aquellas consecuencias: 1) la excomunión2) castigos – incluyendo los físicos; 3) obligación de entrar en la Orden de San Agustín. También le fueron prohibidos a Gracián cualesquier actos de disculpaapelación o reclamación. No podía entrar o permanecer en Roma.

Después, el Breve explicará más duramente “Además, para garantizar y conservar la paz y tranquilidad de dichaOrden de los Descalzos y de los Mitigados, mandamos bajo las mismas penas al dicho Jerónimo que no vuelva a la dicha Orden de los Descalzos ni de los Mitigados; y a vosotros y a los Prelados de toda la Orden de los Carmelitas – aun a los que quisieran recibir al dicho Jerónimo - os mandamos que, no sólo bajo ningún pretexto, causa, u ocasión, ni siquiera en el caso de que no encuentreacogida benévola en otras Religiones […].

Podemos imaginar el estado de ánimo del P. Gracián al leer palabras tan
duras y tan injustas. Lo que más le hizo sufrir fue el hecho de haber sido firmadas y selladas por el Sumo Pontífice.

sábado, 26 de noviembre de 2011


Con sus escritos orientó a las personas orantes por el camino del verdadero espíritu. Su existencia se puede resumir en una frase tomada de sus cartas: “no tengo en esta vida otro deseo ni pretensiones sino, mientras me durare emplearme en lo que fuere más de servicio de Dios y mayor fruto de las almas”

viernes, 4 de noviembre de 2011


Peregrinando por Italia
(parte 1)


Ya habían pasado siete meses y el P. Gracián no conseguía resolver nada.Todo lo contrario, percibía que le querían lejos de allí. Siguió el consejo del P. Acosta y continuó su peregrinaciónahora rumbo a Nápoles, donde llegó a finales de 1592. La maledicencia, como se sabe, tiene alas en los pies. Al llegar a Nápoles, el vice Rey le recibió con gran indiferencia y, mostrando que ya sabía todo, hacía lo posible para no encontrarse con él.

No había pasado un mes y se vio obligado a continuar su peregrinación esta vez por mar, en dirección a Sicilia. Aquí encontrará un poco de apoyo y comprensión por parte de la Condesa de Olivares, que le acogió con generosidad y le dio abrigo en el “Hospital deSantiago de los Españoles”, en Palermo. Por otra parte, escribió a Roma diciendo que la correspondencia fuese enviada a ella, pues tenía en aquella ciudad sirviendo a los enfermos de aquel hospital. Gracián, finalmente, encontró un lugar donde vivir en paz. Aprovecha este tiempo para redactar algunos desus escritos y desarrollar una intensa actividad sacerdotal en toda la isla y, además, enseñar Sagrada Escritura en Palermo.

Pero si había un poco de bonanza... estaba acabando.
Finalmente, llegó la respuesta de Roma al memorial que él había escrito siguiendo el consejo del P. Acosta. El tono de la respuesta no podía ser más desanimador: 1) le prohibían ser recibido en cualquier convento de la Orden Carmelita; 2) no podía presentarse enRoma sin antes haber tomado el hábito de los Agustinos Descalzos. Juntamente con la respuesta venía la licencia del P. General de los Agustinospara que lo aceptasen.

jueves, 20 de octubre de 2011


Viaje a Roma (parte 2)


El P. Doria hacía todo lo posible para que Gracián entrase en otra Orden,conforme constaba en su sentencia de expulsión pero, en su insensatez, Doria y

sus agentes en Roma hacían lo posible para que tal cosa no se realizase, pues

difundían tantas infamias sobre Gracián que ninguna Orden iba a aceptarlo.

¿Cómo una Orden aceptaría a un religioso “tan disipado”, que podría causar

tanto mal como había causado en los Descalzos? Doria y sus seguidores se perdían en sus propias artimañas.

Ante tales hechos, los detractores de Gracián consiguieron que el Papa

despachase un mandato obligando a los Dominicos a aceptarlo. Pero la historia

de los hombres está escrita por manos invisibles. Siendo notificado sobre la

decisión papal, el Vicario General de los Dominicos – fray Juan Vicente – sepostró ante el Papa preguntando: “¿en qué había pecado la Orden de Santo

Domingo para forzales a que recibiesen un expulso de los Carmelitas?”64 El

Papa, dándose cuenta de su error – aunque por falsas razones –, se volvió atrás.Sobre este episodio el P. Gracián teje un comentario que demuestra muy

bien su fidelidad y amor a las dos grandes mujeres de su vida: “la Virgen María y la santa Madre Teresa desde el cielo debían de ver que no era camino para mi

salvación ser religioso contra mi voluntad en otra Orden, por santa que fuese, tomando habito por negociaciones humanas y no por divina vocación”65.



Los Descalzos le aconsejaron que no revelase, en los conventos donde

procuraba entrar, que él había sido expulsado de la Orden. Gracián, aún

sabiendo que ésta sería una salida, sabía también que era un pecado grave. Por

entonces tuvo la suerte de encontrarse con un antiguo amigo del tiempo de

estudiantes en Alcalá. Se trataba del P. José Acosta, de la Compañía de Jesús.

Tuvo la oportunidad de hablar con él y encontrar un poco de paz. Pidió que le

oyese en confesión y le preguntó si podría mentir con tal de conseguir entrar en

otra Orden, sobre el hecho de haber sido expulsado del Carmelo Teresiano. La

respuesta del P. Acosta fue un claro y sincero no.


Como amigo del P. Gracián y conociendo la política romana, el P. Acosta le

aconsejó que escribiese un memorial, dirigido al Papa, en el cual pediría – una

vez que ninguna Orden le quería aceptar – que le indicase una de las Órdenes

existentes que él la aceptaría sin más tardar. Le aconsejó también que, después de enviar el memorial, saliese de Roma dejando, por supuesto, la dirección, para

poder enviarle la correspondencia.


jueves, 15 de septiembre de 2011


Viaje  a  Roma

 Salió de Madrid 10 días después de su expulsión de la Orden y se dirigió a Alicante para desde ahí embarcar rumbo a Génova. Mientras esperaba el próximo barco se mantuvo activo en el apostolado, ejerciendo el ministerio sacerdotal. Pero le aguardaba una sorpresa desagradable: se encontró con dos religiosos de la Orden de los Descalzos que también viajaban para Roma. Sólo que el objetivo de los dos era  contrario al suyo: iban, con instrucciones de sus superiores, a preparar el terreno contra el P. Gracián. Conociendo los planes de Gracián, los dorianos se prepararon para anularlos desde el principio. Roma estaría “preparada” contra su defensa, cuando él llegase con ese objetivo.

Zarpó el barco a primeros de abril, llegando a Génova el día 16 de mayo y, al día siguiente, continuó su viaja para Civitavecchia y, desde allí, por tierra, hasta Roma, a comienzos del mes de junio. En este viaje gastó todo el dinero que tenía y se vio solo y pobre. No habiendo otro recurso sino recurrir a la caridad, pidió que le constituyesen jueces que examinasen su causa. No le negaron este pedido. Fue nombrado el jesuita P. Francisco de Toledo – que poco después fue nombrado cardenal – y más tarde el P. Alejandro, dominico, que más tarde sería consagrado obispo. Mientras tanto, los contrarios al P. Gracián no aflojaron en sus esfuerzos divulgando, entre los cardenales la sentencia y memoriales contra él. Se decidió que no debería ser oído, y que la sentencia dada por los Descalzos fuese cumplida. No bastaron los argumentos del P. Toledo: “¿por qué no se debía oír a un hombre, aunque fuera tan malo como lo pintaban?” Pero el P. Alejandro – que al principio tenía la misma opinión que el P. Toledo – comenzó a asumir una posición contraria y estuvo más empeñado en convencer al P. Gracián de que era mejor olvidarse de todo y tomar el hábito en alguna otra Orden. Como si esto no fuera suficiente, amenazó con condenarle a galeras.

El P. Jerónimo Gracián estaba aturdido, no entendía lo que se pasaba; nunca habría esperado una reacción tan inmisericorde de hombres que ostentaban tan altos cargos dentro de la Iglesia. ¿Cuál era el secreto?
Educado en la escuela de Santa Teresa, no se desanimó y tampoco perdió la calma ante tantas dificultades. Su deseo de seguir dentro del Carmelo Descalzo hizo que persistiera en la lucha con intención de ser oído y juzgado nuevamente. Esta actitud firme de Gracián contrariaba terriblemente al P. Procurador, Fr. Juan Bautista y, naturalmente, al P. Doria. Este último, con miedo de que los argumentos del P. Gracián fuesen tenidos en cuenta, trató de contar con el apoyo de la más fuerte personalidad de la España católica, nada menos que el rey Felipe II, el cual escribió a su embajador en Roma, el 9 de noviembre de 1582, ordenando: “si aportare ahí el P. Gracián, pedid al Papa que no le oigan, ni se vuelva a tratar más de este negocio”[1].
 El duque de Sessa – embajador en Roma – con mucho dolor, mostró a Gracián la razón de sus dificultades: la carta de Felipe II. ¿Qué otra cosa podría hacer sino “amainar velas, encogerse de hombros, callar la boca y acudir a Dios”?
Para no ser “condenado a galeras,”siguió el consejo del P. Alejandro: buscar otra Orden. Fue a los Capuchinos, Cartujos, Franciscanos Descalzos y todas las otras Órdenes religiosas. Ninguna de ellas le aceptó y se sintió un indeseable, como el más infame de los religiosos.




[1] Gracián, J., Peregrinación... p. 86

miércoles, 31 de agosto de 2011


(parte 8)
Comienza la peregrinación

 El P. Gracián tenía, en ese momento, 47 años y se sentía lleno de vida. Por eso, se puede uno imaginar su estado de ánimo: él, uno de los pilares en la construcción teresiana, había sido tratado como un extraño y puesto en la calle como un perro sin dueño. Su alma sufría, no llevada por el orgullo, sino por las dudas. ¿Qué iba a hacer ahora? Sus hermanos le habían torturado, ultrajado y, finalmente, le habían quitado lo que él llevaba con celo y amor: el hábito de la Santa Madre de Dios.
 Su espíritu se torturaba, no por él, sino porque no se explicaba hasta qué extremo habían llegado aquellos que querían verse libres de él, difamando a monjas tan santas y seguidoras de Santa Teresa. Ahora, no perteneciendo ya a la Orden, poco podría hacer para limpiar la honra de aquellas que se habían desposado con Cristo y habían sido tan vilipendiadas por el grupo de Doria. Tenía que luchar, sabía que su combate era un buen combate y no podía echarse atrás, aunque aparentemente todo parecía coincidir para que su causa fuese derrotada. Sólo veía una solución: apelar a la suprema autoridad de la Iglesia. Decidió entonces viajar a Roma.

martes, 23 de agosto de 2011


INTRIGAS Y PERSECUCIONES

(parte 7)

       Es importante reproducir la pregunta que María de San José (Salazar) dejó escrita en su “Ramillete de mirra”: “¿Qué se hicieron, carísimos hermanos y hermanas, aquellos hombres de quien no ha un año que todos temblábades, y a quien o por miedo o pretensión os entregástedes, negando unos la verdad y disimulando otros con la mentira?”¿ Dónde están a esta hora? Como sombras desaparecieran”.[1]
       El P. Doria había alcanzado su objetivo: se libró definitivamente de su gran rival. San Juan de la Cruz ya estaba en la gloria del Señor y era, por lo tanto, inalcanzable. Ahora se sentía libre para poner en marcha la reforma que pretendía, desfigurando – en muchos puntos – todo aquello que a Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y Jerónimo Gracián les había llevado tantos años construir con la gracia de Dios: el verdadero carisma de los Carmelitas Descalzos.
       Es necesario resaltar que Santa Teresa dejó unas Constituciones claras, ajustadas al espíritu evangélico, con 59 puntos; las que Doria dejó tenían nada menos  que 461 puntos. Para la Madre Teresa el estilo de vida dentro de la Reforma debería ser suave, discreto, “letrado” y apostólico. Doria, por el contrario, quería que los religiosos fuesen penitentes, rigurosos y eremitas, o sea, deberían vivir encerrados sobre sí mismos, consumiéndose como una lámpara escondida, que no emite su luz.
      Gracián no se ajustaría a este nuevo sistema, pues era enorme su ardor apostólico, totalmente apoyado por la Santa Madre Fundadora. Pero él, ahora, nada podía hacer. Doria le había transformado en un paria ambulante, en una preciosa y rara ave, sin nido donde poder descansar.
       Le expulsaron de la Orden, le quitaron el hábito que tanto amaba y le pusieron un manto de peregrino. Con todo el peso de aquella injusta sentencia, salió peregrinando el hijo predilecto de Santa Teresa de Jesús...




[1] María de San José (Salazar) – Escritos espirituales – Roma, Postulación General O.C.D. p. 335

domingo, 7 de agosto de 2011

Intrigas y persecuciones


(parte 6)
En la sentencia de expulsión está escrito:
“le declaraban y declararon por incorregible, y como a tal mandaban y mandaron que se le quite el santo hábito de nuestra Congregación y sea expelido y echado de ella, y que él no se le vista más, so las censuras y penas contenidas en el Breve que la Orden tiene del Sumo Pontífice Sixto V”[1]. 
        Comentando tal sentencia, el P. Silverio de Santa Teresa, talentoso historiador de la Orden Carmelita, escribió lo siguiente:
       “De la simple lectura de la sentencia, se advierte que con un poco de tolerancia mutua, se habría podido evitar la tragedia final que previó Fr. Juan de la Cruz en el famoso Capítulo de 1585. Limpio estaba el P. Jerónimo de los feos vicios que los maldicientes y calumniadores habían hecho correr contra él; tampoco a su llegada a Madrid fue tratado con las consideraciones que su historial en la Reforma merecía, y aun su simple condición de reo. La actitud desdeñosa del P. Doria y su duro pergeño ante el religioso que venía a arrojarse humildemente a sus pies, acabó de desconcertar al P. Gracián y le reafirmó en el juicio de que su causa no tenía arreglo, hiciera lo que hiciese por reconciliarse con su Superior. Habríamos deseado en esta ocasión más benevolencia  y tolerancia más afable en el padre Nicolás, quien no podía desconocer la magnitud del sacrificio que hacía el P. Jerónimo en aquellos momentos dejando el Reino de Portugal, donde era tan querido del Príncipe Regente y de la Nobleza y pueblo, para venir a Castilla, donde, por bien que le fuese, se le estaban deparando humillaciones sin cuento y se hallaba en entredicho hasta su buen nombre y la limpieza de sus costumbres”[2]. 
       Doria había conseguido realizar su deseo; ahora dominaba completamente la situación. San Juan de la Cruz – que también se oponía a sus reformas – ya había muerto y si hubiera sobrevivido a su enfermedad, también habría sido expulsado de la Orden, como se puede concluir después de ver el rumbo de los procesos y de los ataques de Fray Diego Evangelista contra el Santo.

 
Aunque se trate de un hecho no comprobado, pero que está registrado y tiene un cierto sabor trascendental, se cuenta que San Juan de la Cruz tuvo la siguiente revelación: “Representóseme que nuestro padre vicario general y los definidores se entraban en el mar, y yo les daba voces que no entrasen, que habían de ahogar. Vídelos que les llegaba el agua a la espinilla, y a las rodillas, y a la cintura. Y siempre les daba voces que no entrasen. Y no hubo remedio, sino que pasaron adelante y se ahogaron todos”[1].

        Como dato curioso, poco después de la expulsión del P. Jerónimo Gracián murieron, en un corto espacio de tiempo, todos aquellos que habían hecho parte del proceso contra él: Fray Nicolás Doria, Fray Tomás de Aquino, Fray Gregorio Nacianceno, Fray Juan Bautista – que fue quien trabajó en Roma, para que la sentencia de expulsión de Gracián no fuese anulada -, Fray Diego Evangelista y otros.

[1] Cf. Javierre, José María, Juan de la Cruz un caso límite, Salamanca, Sígueme, 1991, p.1034


sábado, 30 de julio de 2011

Efemérides del P. Gracián

30 de julio de 1596
Desde Roma, carta del P. Gracián a la M. María de S. José, su hermana en Consuegra. Cuenta con cierto humorismo la vida que le toca llevar en la casa de su patrón, Card. Dezza, con quien se le ha ordenado vivir y las actividades en que está ocupado; "A mi me acaece ahora con la comida, lo que al clérigo de Sierra Morena, que se quejaba de una perdiz que comía estaba gorda y decía: "Oh bone Deus, quanta mala patimur propter Christianismum". (Cartas del P. Gracián)

martes, 19 de julio de 2011


Intrigas y prsecuciones
(parte 5)

Llega a ser escandalosa la ira del secretario de la Consulta contra Gracián.
Sobre la llegada de Jerónimo describió en estos términos: “vino a Madrid como un desesperado, sin humildad y resignación.

Mucho deseaba el padre Fr. Nicolás y todo su Definitorio que Gracián viniera a ellos con humildad como era razón: y como le vieran de aquella manera, dió a todos mucha pena, pareciéndoles que aquello había de ser causa de muchas pesadumbres y trabajos, como lo fue. Y así, a cabo de pocos días, se trató que era muy necesario poner a este hombre en razón, y que supiera él y toda Religión que había autoridad para refrenar al que fuese menester; y así le encarcelaron en una celda…”57.

Da la impresión, cuando se lee este texto, que el P. Gregorio de San Ángel está escribiendo sobre otra persona – o tenía segundas intenciones. El P. Gracián nunca tendría tal comportamiento, no era ése su estilo. Santa Teresa, en sus cartas, describe perfectamente su temperamento apacible y su típica “santa ingenuidad”. También San Juan de la Cruz transmitió a Santa Teresa la buena impresión que tuvo cuando le conoció. ¿A quién hay que dar la razón: a dos Santos o a unas almas que sólo deseaban el poder?

El P. Doria no estaba satisfecho dejando a Gracián preso, quería dejarle totalmente incomunicable; por eso, en agosto de 1591, publicó un decreto prohibiendo, bajo pena de excomunión, que ningún religioso, súbdito o súbdita, por sí mismo o por procuración, escribiera al P. Gracián sin licencia de la Consulta58.

El grupo del P. Doria tenía, como se dice, todas las cartas de la baraja en sus manos, estaba ya todo preparado para el golpe fatal, tan astutamente elaborado.Pero la maldad nunca está satisfecha y entra en escena el infeliz Fr. Diego Evangelista con nuevas mentiras y artimañas indignas de un hábito religioso. Fray Diego era el mismo que poco tiempo antes había torturado el alma de San Juan de la Cruz, durante los últimos momentos de su vida. Haría lo mismo con el P. Jerónimo Gracián. Su táctica consistía en pasarse por amigo y defensor,
prometer cuanto fuera necesario, convencer al acusado de que sería bueno reconocer algunos pequeños pecados. Ante la recusa del acusado, que insistía en que no tenía nada para declarar, él volvía a la celda, un día y otro día, hasta agotar a su víctima y, en tal estado de ánimo, iba aprovechándose de frases sueltas hasta componer una obra sobre un crimen gravísimo. No fue necesaria tal tortura. El “tribunal” había tomado ya su decisión: expulsar a Jerónimo Gracián de la Orden de los Hermanos y Hermanas Descalzos de la Virgen María
del Monte Carmelo. Y así se hizo.


sábado, 9 de julio de 2011

Teresa de Jesús y Jerónimo Gracián

Teresa de Jesús conoció a Jerónimo Gracián en Beas el año 1576. Se trataba de un hombre joven y culto que había hecho el noviciado en Pastrana, y que a pesar de su juventud había asumido la misión, de parte del nuncio, de visitador carmelita descalzo, poniendo todo su entusiasmo en colaborar con la reforma carismática de Teresa de Jesús.

Teresa, una mujer que estaba ya en su madurez humana y espiritual, desde el primer momento experimentó una sintonía y un afecto muy especial por él. Ya en aquel primer encuentro hizo Teresa un voto especial de obedecerle en todo. A los pocos días de conocerle, Teresa ya escribía una carta significativa desde Beas el 12 mayo 1575 a la madre Isabel de Santo Domingo priora de Segovia, quien, años antes, había conquistado a Gracián para la reforma cuando todavía era estudiante de teología en Alcalá. Teresa comparte su alegría con Isabel:
«¡Oh madre mía, cómo la he deseado conmigo estos días! Sepa que a mi parecer han sido los mejores de mi vida, sin encarecimiento. Ha estado aquí más de veinte días el padre nuestro Gracián. Yo le digo que, con cuanto le trato, no he entendido el valor de este hombre. El es cabal en mis ojos, y para nosotras mejor que lo supiéramos pedir a Dios. Lo que ahora ha de hacer vuestra reverencia y todas es pedir a Su Majestad que nos le dé por prelado. Con esto puedo descansar del gobierno de estas casas, que perfección con tanta suavidad yo no la he visto. Dios le tenga de su mano y le guarde, que por ninguna cosa quisiera dejar de haberle visto y tratado tanto».

La presencia de Jerónimo Gracián fue importante en el inicio de los tiempos de la reforma. También fue importante su figura en relación con la madre Teresa. A Gracián se debió la iniciativa de la redacción de las obras teresianas del Castillo Interior, el Modo de visitar los conventos, la continuación del Libro de las Fundaciones y la primera edición de las Constituciones teresianas.

Gracián recibió muchas cartas (más de cien) de Teresa de Jesús, la mayoría durante los momentos difíciles de la reforma carmelita.

viernes, 1 de julio de 2011


Intrigas y persecuciones
(parte 4)

Si el hombre propone, Dios dispone – nos dice un refrán -, y así sucede en este caso. Estaba Gracián preparándose para viajar a México cuando llegan órdenes de las autoridades de Portugal y España encargándole nuevas misiones en tierras portuguesas. A esta orden le sigue inmediatamente otra, del Nuncio en España, Don César Speciano, prohibiendo que Gracián salga de Portugal. Por el momento, Gracián estaba fuera del alcance de Doria y sus seguidores.
        La permanencia de Gracián en Portugal puede ser entendida como un periodo de tregua, pero no de olvido y deseo de condenarle. Durante este tiempo sus amigos y admiradores trataron de juntar documentos y testigos abundantes para demostrar tanto la inocencia del P. Gracián como su vida ejemplar. Pero cuando el lobo se quiere comer al cordero – como en la fábula de La Fontaine – siempre encuentra una disculpa. De poco sirvió esta enorme cantidad de hechos favorables sobre la inocencia de Gracián. Aquellos que trabajaban contra ella se hacían los sordos: nada les convencía, era como si el acusado (Gracián) ya estuviera condenado de antemano.
        El éxito de sus actividades en Portugal, reconocidas por las autoridades eclesiásticas y civiles de aquel país, comenzando por Don Teutonio de Braganza[1]  y por el Cardenal Alberto[2], agitaba el ánimo persecutorio de los dorianos. Gracián fue obligado a presentarse para dar explicaciones, en Capítulo, dentro de la propia comunidad lisboeta delante de religiosos manipulados por los superiores de la Consulta.
 
       Gracián estaba en Portugal hacía dos años. Su licencia había llegado al fin. Ahora se encontraba sin el apoyo de Don Teutonio de Braganza y del Cardenal Alberto – ellos no podían interferir en los asuntos de la Orden. Doria vio que este era el momento oportuno e instauró contra él un proceso regular. Ordenó que se presentase en Madrid antes de 25 días. Esta fue la carta que el P. Doria envió al P. Jerónimo Gracián:
 
               “Fr. Nicolás de Jesús María [Doria] Vicario General de la Congregación de los Carmelitas Descalzos. Por cuanto se ha determinado en nuestro Definitorio que venga a este convento de S. Hermenegildo de Madrid el P. Fr. Jerónimo de la Madre de Dios, religioso de nuestra Orden, que al presente está en nuestro Convento de S. Felipe de Lisboa: por tanto, por el tenor de la presente, le mando que dentro de 25 días, contados desde el día de la fecha désta, se presente en éste dicho convento (...). Madrid, 3 de junio de 1591. Firmado: Fr. Nicolás de Jesús María”[3].
       Como una declaración de obediencia, Gracián llegó a Madrid exactamente el día 28 de junio cumpliendo así, con los días exigidos, la orden que le había sido dada por el P. Doria.
 




[1] Arzobispo de Evora


[2] Por esta época, gobernador de Portugal


[3] Cf. Silverio de Santa Teresa – Historia del Carmen Descalzo – Tomo VI p. 493, nota 2

viernes, 24 de junio de 2011

Intrigas y persecuiones
(parte 3)

Pero estas pequeñas calumnias e invenciones, como muchas otras, más escabrosas e injuriosas, tenían un objetivo mayor y más dramático. El enemigo era astuto: iba sembrando la duda, lentamente, a través de  pequeñas insinuaciones – siempre con un fondo grave -, de la honra del Padre Gracián. Cuando llegase el momento propicio para el golpe final, la víctima ya no podría contar con muchos defensores: el daño ya estaba hecho.
No consiguiendo probar ninguna de las acusaciones y calumnias, sus enemigos pasaron a preparar su alejamiento de la península ibérica (Portugal y España). Primero, le destinaron a México. Pero cuando estaba preparando el viaje para el Nuevo Mundo, las calumnias y acusaciones contra él, contra las monjas descalzas y todos aquellos que le  tenían como guía, se volvieron más intensas y maliciosas.
 Herido en sus sentimientos más íntimos, decidió defenderse a sí mismo y  la obra teresiana que Doria y sus seguidores estaban intentando destruir.
 Infelizmente, no consiguió  hacer que sus perseguidores y detractores volvieran atrás. En su declaración de defensa fue tan claro y concreto en la descripción de los métodos mezquinos utilizados por sus enemigos que, en vez de asustarlos o detenerlos, provocó todavía más el furor de sus enemigos haciendo que estos se tornasen más duros y obstinados.
 La orden de ir a México se suspendió. Pero esto no significó una tregua; al contrario, fue un ataque directo y demoledor el que iba  a comenzar. Se instauró un proceso formal contra el padre Gracián (octubre de 1587) donde debería responder a las acusaciones formuladas contra él. Desde el primer “examen”, escapó con la ayuda de numerosos testigos, favorables a él, hasta llegando a  proclamar su santidad. Los miembros del “tribunal” deben haberse quedado atónitos y llenos de  pánico, pues no esperaban una defensa tan brillante y tantas declaraciones a su favor. No tuvieron otra salida sino andar con más cuidado y prudencia en cuanto a un  celo que no pasaba de ser puro pretexto para dominar y apropiarse de lo que no les pertenecía: el carisma teresiano[1].
 Pero el orgullo y la codicia no van de acuerdo con la prudencia y la caridad. No se consiguió ninguna tregua. En determinada ocasión recibió una amonestación respecto de algunas “faltas”; inmediatamente recibe una intimación (15 de marzo de 1588) para que se presente en Madrid y responder, delante de sus superiores, para que justifique su reincidencia en ciertos “errores” y “faltas”. Rápidamente y con humildad atiende a esta intimación; quizás pensaba que le darían una oportunidad de explicarse. Pero la escena que habían montado era otra: le niegan el derecho de defensa, escrita o hablada, y le ordenan que viaje inmediatamente para México.
[1] “Fray Nicolás Doria y sus partidarios van a iniciar abiertamente la guerra contra el padre Gracián, quien representa la herencia auténtica de Madre. Doria y los suyos enarbolan el estandarte de una austeridad rigurosa, lejos del fino estilo, humanísimo, de la Fundadora. Ellos, si pudieran hasta quitarían a Teresa de Jesús el título de Fundadora, pues consideran vejatorio que una Orden de hombres haya nacido en manos de una mujer. Me asombra cómo no les vino a la mente que todos los varones nacemos de nuestras madres”. José María Javierre en Juan de la Cruz: un caso límite, Sígueme, Salamanca, 1991 p. 838

jueves, 16 de junio de 2011


Intrigas y persecusiones
(Parte 2)
Las acusaciones
       Con la muerte de Santa Teresa (1582) comenzó para Gracián su verdadero calvario. Los verdugos: sus mismos hermanos de Orden, principalmente algunos de aquellos a quienes él había ayudado y apoyado de modo especial. ¿Cuáles fueron las acusaciones y difamaciones? Podríamos decir que fueron de todo tipo: Morales, administrativas, doctrinales.... Veamos algunas de las más comunes surgidas en la imaginación de mentes poco saludables.
1. “Estábamos una noche, acabando de cenar, en recreación; y sentimos que un hombre daba de puñaladas a otro, y el herido se quejaba y pedía confesión. Dije yo: “salgamos luego a confesarle”. Respondió uno –y no de los menos santos-: “no se puede abrir la puerta, porque es contra la obediencia”. Dije yo con cólera: “¡Qué obediencia, que no hay obediencia! Salgamos antes que muera”. Y salímosle a confesar. Quien tenía la otra opinión acriminaba que yo había dicho que no hay voto de obediencia en las religiones, o tales palabras que olían a herejía”[1].
 
       Este hecho nos lleva a recordar la interpretación dada por el propio Jesús respecto de la obediencia debida a la ley judaica del sábado. Parafraseando el texto evangélico, casi se podría afirmar que Gracián habría dicho: “más vale la misericordia que salva una alma que la obediencia estéril que es mantener la puerta cerrada”.
       La difamación rondaba al P. Gracián. Sus acciones, sus decisiones eran malinterpretadas y continuamente trasformadas, por parte de sus detractores, en actos condenables. Otro caso:
2. “Frabricándose el convento de las monjas Descalzas de Lisboa, asistiendo yo allí con los oficiales para que trabajasen, acaecía en la siesta con el rigor del verano querer reposar un poco y sacar las monjas un colchón para ello (que claro está que el colchón no había de ser de los carpinteros sino de las monjas). Escribióse que dormía yo en las camas de las monjas, etc., con palabras muy perjudiciales”.
He aquí otro caso:
 
3. “Diome la madre Teresa de Jesús unas reliquias. Y una Priora de las más santas y más puras que yo he conocido en la Orden púsolas en un relicario hecho en forma de corazón que yo traía conmigo. El haberme dado esta Priora este corazón se dijo con palabras que daba a entender haber otra afición de por medio”.

[1] Para una visión más completa de los hechos ver: Gracián – Peregrinación – pp. 73-74

viernes, 3 de junio de 2011

Intrigas y persecuciones

(parte 1)

Son muchas las cartas que Teresa de Jesús escribió al P. Gracián de la Madre de Dios. Fueron tantas que podrían constituir un capítulo aparte. A nadie la Santa escribió tanto y nadie, como Gracián, se empeñó tan determinadamente en conservarlas y transmitirlas. Son más de cien cartas, consideradas en términos numéricos. Pero no es la cantidad – aunque también el número revela el aprecio que tenía Santa Teresa por este hombre de Dios -, sino la calidad, el contenido de esas cartas, lo que hacen de ellas un verdadero tesoro.
El intercambio de correspondencia comenzó a ser significativa y regular a partir del encuentro de los dos , en Beas, el año 1575. Gracián tenía entonces 30 años de edad y 5 de sacerdocio. Teresa de Jesús tenía 60 años de vida y 13 como fundadora. Como hemos visto en el capítulo anterior, este primer encuentro duró varios días, e impresionada con la santidad y valor de aquel joven sacerdote, le abrió su alma y, por iniciativa personal, hizo ante él el voto de obediencia. Un voto a través del cual no sólo le confiaba su alma sino que también le tornaba corresponsable de su obra fundacional.
Este privilegio no podía dejar de despertar celos en muchos otros a quienes les habría gustado ser los destinatarios de tales cartas y de gozar de aquella enorme confianza depositada por la Santa en aquel joven sacerdote.
Jerónimo Gracián fue un hombre con una visión de largo alcance  para su tiempo. Su corazón era movido por la misericordia y su mirada dotada de aquello que Santa Edith Stein – analizando la obra de San Juan de la Cruz – llamaría de “objetividad de los santos”[1], pues cuando trataba con las personas no veía simplemente hombres y mujeres, sino criaturas de Dios. Este modo de ver aparece con toda su exuberancia en una de las páginas de su libro Peregrinación de Anastasio. Hablando sobre amar a los enemigos  expone con claridad y – como es normal en su estilo literario – con una pedagogía ejemplar.
Cristo, en verdad, no dijo amate inimicos, sino diligite inimicos vestros[2], pues el primero es cosa del sentimiento y el segundo pertenece a la voluntad[3].
“Si un sagrario o custodia de piedra mal labrado encierra dentro de sí el Santísimo Sacramento, no dejo de adorarle y reverenciarle aunque le quisiere ver de oro y fábrica preciosa. Sé que en el que me persigue está Dios por esencia, presencia y potencia; bien quisiera yo que para mí el sagrario fuera más agradable, pero cierro los ojos a lo exterior y no a lo que contiene.”[4]

Así como Santa Teresa, siguiendo radicalmente la doctrina evangélica, procuraba no hacer más pesado el fardo que cada uno tenía que soportar. Y esta, que era una virtud – y continua siéndolo -, se transformó en un elemento de acusación contra la vida apostólica y administrativa del P. Gracián. Fue duramente acusado de apoyar la relajación de vida dentro de los conventos, de ser demasiado benevolente a la hora de aplicar las penitencias, de dedicarse mucho al estudio y a la predicación..., en fin, fue acusado de no seguir el carisma que Santa Teresa estaba, junto con él y San Juan de Cruz, consolidando dentro  de  la Iglesia.
[1] Cf. Edith Stein – La ciencia de la cruz – Monte Carmelo
[2] Cf. Mt. 5, 44 – Nuevo Testamento Trilingüe – Edición crítica de José M. Bover y José O’Callaghan. Madrid: BAC, 1988
[3] El P. Gracián establece aquí la diferencia entre el amor sentimental y el amor espiritual. En el texto griego del evangelio la palabra es agapate. Cf. También, con referencia al amor espiritual: Camino de Perfección de Santa Teresa de Jesús.
[4] Gracián – Peregrinación... – p. 185. Merece la pena leer todo lo que dice sobre el amor a los enemigos.