domingo, 7 de agosto de 2011

Intrigas y persecuciones


(parte 6)
En la sentencia de expulsión está escrito:
“le declaraban y declararon por incorregible, y como a tal mandaban y mandaron que se le quite el santo hábito de nuestra Congregación y sea expelido y echado de ella, y que él no se le vista más, so las censuras y penas contenidas en el Breve que la Orden tiene del Sumo Pontífice Sixto V”[1]. 
        Comentando tal sentencia, el P. Silverio de Santa Teresa, talentoso historiador de la Orden Carmelita, escribió lo siguiente:
       “De la simple lectura de la sentencia, se advierte que con un poco de tolerancia mutua, se habría podido evitar la tragedia final que previó Fr. Juan de la Cruz en el famoso Capítulo de 1585. Limpio estaba el P. Jerónimo de los feos vicios que los maldicientes y calumniadores habían hecho correr contra él; tampoco a su llegada a Madrid fue tratado con las consideraciones que su historial en la Reforma merecía, y aun su simple condición de reo. La actitud desdeñosa del P. Doria y su duro pergeño ante el religioso que venía a arrojarse humildemente a sus pies, acabó de desconcertar al P. Gracián y le reafirmó en el juicio de que su causa no tenía arreglo, hiciera lo que hiciese por reconciliarse con su Superior. Habríamos deseado en esta ocasión más benevolencia  y tolerancia más afable en el padre Nicolás, quien no podía desconocer la magnitud del sacrificio que hacía el P. Jerónimo en aquellos momentos dejando el Reino de Portugal, donde era tan querido del Príncipe Regente y de la Nobleza y pueblo, para venir a Castilla, donde, por bien que le fuese, se le estaban deparando humillaciones sin cuento y se hallaba en entredicho hasta su buen nombre y la limpieza de sus costumbres”[2]. 
       Doria había conseguido realizar su deseo; ahora dominaba completamente la situación. San Juan de la Cruz – que también se oponía a sus reformas – ya había muerto y si hubiera sobrevivido a su enfermedad, también habría sido expulsado de la Orden, como se puede concluir después de ver el rumbo de los procesos y de los ataques de Fray Diego Evangelista contra el Santo.

 
Aunque se trate de un hecho no comprobado, pero que está registrado y tiene un cierto sabor trascendental, se cuenta que San Juan de la Cruz tuvo la siguiente revelación: “Representóseme que nuestro padre vicario general y los definidores se entraban en el mar, y yo les daba voces que no entrasen, que habían de ahogar. Vídelos que les llegaba el agua a la espinilla, y a las rodillas, y a la cintura. Y siempre les daba voces que no entrasen. Y no hubo remedio, sino que pasaron adelante y se ahogaron todos”[1].

        Como dato curioso, poco después de la expulsión del P. Jerónimo Gracián murieron, en un corto espacio de tiempo, todos aquellos que habían hecho parte del proceso contra él: Fray Nicolás Doria, Fray Tomás de Aquino, Fray Gregorio Nacianceno, Fray Juan Bautista – que fue quien trabajó en Roma, para que la sentencia de expulsión de Gracián no fuese anulada -, Fray Diego Evangelista y otros.

[1] Cf. Javierre, José María, Juan de la Cruz un caso límite, Salamanca, Sígueme, 1991, p.1034


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