viernes, 27 de marzo de 2009

Carta de Santa Teresa al Padre Gracian




Carta XXIII

Al mesmo padre fray Gerónimo Gracián de la Madre de Dios.
Jesús

1. La gracia del Espíritu Santo sea con vuestra paternidad, padre mío. Yo he recibido tres cartas de vuestra paternidad por la vía del correo mayor, y ayer las que traía fray Alonso. Bien me ha pagado el Señor lo que se han tardado. Por siempre sea bendito, que, está vuestra paternidad bueno. Primero me dio un sobresalto, que como dieron los pliegos de la priora, y no venía letra de vuestra paternidad en uno, ni en otro, ya ve lo que había de sentir. Presto se remedió. Siempre me diga vuestra paternidad las que recibe mías, que no hace sino no responderme a cosa muchas veces, y luego olvidarse de poner la fecha. [118]

2. En la una, y en la otra me dice vuestra paternidad que cómo me fue con la señora doña Juana; y lo he escrito por la vía del correo de aquí. Pienso viene la respuesta en la que me dice viene por Madrid; y ansí no me ha dado mucha pena. Estoy buena, y la mi Isabel es toda nuestra recreación. Extraña cosa es su apaciblimiento, y regocijo. Ayer me escribió la señora doña Juana. Buenos están todos.

3. Mucho he alabado al Señor de como van los negocios: y hanme espantado las cosas que me ha dicho fray Alonso, que decían de vuestra paternidad. Válame Dios, qué necesaria ha sido la ida de vuestra paternidad. Aunque no hiciese más, en conciencia me parece estaba obligado, por la honra de la Orden. Yo no sé cómo se podían publicar tan grandes testimonios. Dios los dé su luz. Y si vuestra paternidad tuviera de quien se fiar, harto bueno fuera hacerles ese placer de poner otro prior; mas no lo entiendo. Espantome quien daba ese parecer, que era no hacer nada. Gran cosa es estar ahí quien sea contrario para todo; y harto trabajo, que (si fuera bien) lo rehusase el mesmo. En fin no están mostrados a desear ser poco estimados.

4. (La mejor oración es la que tiene mejores dejos, confirmados con obras). No es maravilla, que teniendo tantas ocupaciones Pablo pueda tener con José tanto sosiego: mucho alabo al Señor. Vuestra paternidad le diga, que acabe ya de contentarse de su oración, y no se le dé nada de obrar el entendimiento, cuando Dios le hiciere merced de otra suerte; y que mucho me contenta lo que escribe. El caso es, que en estas cosas interiores de espíritu la oración más acepta, y acertada es la que deja mejores dejos. No digo luego al presente muchos deseos; que en esto, aunque es bueno, a las veces no son como nos los pinta nuestro amor propio. Llamo dejos, confirmados con obras, que los deseos que tiene de la honra de Dios, se parezcan en mirar por ella muy de veras, y emplear su memoria, y entendimiento en cómo le ha de agradar, y mostrar más el amor que le tiene.

5. ¡Oh que ésta es la verdadera oración! Y no unos gustos para nuestro gusto, no más; y cuando no se ofrece lo que he dicho, mucha flojedad, y temores, y sentimientos de si hay falta en nuestra estima. Yo no desearía otra oración, sino la que me hiciese crecer las virtudes. Si es con grandes tentaciones, y sequedades, y tribulaciones, y esto me dejase más humilde, esto ternía por buena oración; pues lo que más agrada a Dios, ternía por más oración. Que no se entiende, que no era el que padece, pues lo está ofreciendo a Dios, y muchas veces mucho más, que el que se está quebrando la cabeza a sus solas, y pensará, si ha estrujado algunas lágrimas, que aquello es la oración. [119]

6. Perdone vuestra paternidad con tan grande recaudo, pues el amor que tiene a Pablo lo sufre, y si le parece bien esto que digo, dígaselo, y si no, no; mas digo lo que querría para mí. Yo le digo que es gran cosa obras, y buena conciencia.

7. En gracia me ha caído lo del padre Joanes; podría ser querer el demonio hacer algún mal, y sacar Dios algún bien dello. Mas es menester grandísimo aviso, que tengo por cierto, que el demonio no dejará de buscar cuantas invenciones pudiere, para hacer daño a Eliseo, y ansí hace bien de tenerlo por patillas. Y aun creo no sería malo dar a esas cosas pocos oídos; porque si es porque haga penitencia Joanes, hartas le ha dado Dios, que lo que fue por sí solo, que los tres que se lo debían aconsejar, presto pagaron lo que José dijo.

8. De la hermana san Gerónimo, será menester hacerla comer carne algunos días, y quitarla la oración, y mandarla vuestra paternidad que no trate sino con él, o que me escriba, que tiene flaca imaginación, y lo que medita le parece que ve, y oye; bien que algunas veces será verdad, y lo ha sido; que es muy buena alma.

9. De la hermana Beatriz me parece lo mesmo, aunque eso que me escriben del tiempo de la profesión, no me parece antojo, sino harto bien. También ha menester ayunar poco. Mándelo vuestra paternidad a la priora, y que no las deje tener oración a tiempos, sino ocupadas en otros oficios, por que no vengamos a más mal; y créame, que es menester esto.

10. Pena me ha dado lo de las cartas perdidas; y no me dice si importaban algo las que perecieron en manos de Peralta. Sepa que envío ahora un correo. Mucha, mucha envidia he tenido a las monjas, de los sermones que han gozado de vuestra paternidad. Bien parece que lo merecen, y yo los trabajos; y con todo me dé Dios muchos más por su amor. Pena me ha dado el haber de irse vuestra paternidad a Granada: querría saber lo que ha de estar allá, y ver cómo le he de escribir, o a dónde. Por amor de Dios lo deje avisado. Pliego de papel con firma no vino ninguno: envíeme vuestra paternidad un par dellos, que creo serán menester, que ya veo el trabajo que tiene, y hasta que haya alguna más quietud, querría quitar alguno a vuestra paternidad. Dios le dé el descanso, que yo deseo, con la santidad que le puede dar. Amén.
Son hoy veinte y tres de octubre.

Indigna sierva de vuestra paternidad.

Teresa de Jesús. [120]

Notas.

1. Esta carta de santa Teresa, con ser así que es familiar, y que se conoce, que no puso cuidado en escribirla, es de las más discretas, y espirituales, que aquella santa pluma dejó a la Iglesia; y señaladamente el recado, que envía a Pablo para José, es un pedazo de oro místico, que cuantos tratan de vida interior habían de estamparlo en sus almas.
Llama José a la madre María de san José, priora de Sevilla. Y en esta misma carta nombra al padre fray Gerónimo Gracián, ya con el nombre de Pablo, ya con el de Eliseo; que a toda esta atención, y recato, obligó a la Santa la persecución de aquellos tiempos.

2. En el número primero se conoce bien el amor, que tenía al padre Gracián en el cuidado de su salud, y en el ansia de sus cartas, y quejas que le da de que no le respondía a todo, como deseaba.
Verdaderamente, que entrambos hacían el oficio de padre, y madre de la reforma; porque santa Teresa, como madre amante tierna de sus hijos, e hijas, siempre vivía con una perpetua, y santa inquietud, y deseo de saberlo todo. El padre fray Gerónimo Gracián por otra parte, entregado al gobierno, y bien de las almas, y a las operaciones de la reformación, no se acordaba algunas veces de responder, ni de poner la fecha en sus cartas, ni aun de escribirlas.

3. En el número segundo nombra a la hermana Isabel de Jesús, hermana del padre Gracián, que tomó el hábito en Toledo, siendo de poca edad, y a la señora doña Juana, que era doña Juana de Antisco su madre, dichosa sin duda en tener tales hijos, e hijas; pues casi todos fueron espirituales habitadores del Carmelo. Pasó esta señora por Ávila, estando allí la Santa, a dar el hábito en el convento de Carmelitas descalzas de Valladolid a una hija suya, hermana del padre Gracián, que se llamó María de san José, como queda dicho en la carta antecedente, núm. 6, y en las notas, núm. 18.

4. En el número tercero dice la Santa: Que le han admirado los testimonios, que le levantaron en el Andalucía. Ninguno como la Santa se podía admirar de eso; porque tenía bien experimentada su excelente virtud.
Añade luego: Que fue necesaria su ida, para que se desapareciesen aquellos nublados. Porque no hay duda alguna, que la presencia, candidez, y sinceridad de un varón espiritual, es como el sol, que en saliendo, ahuyenta las tinieblas espesas de calumnias, y mentiras. Y luego dice: Que dé Dios luz a los que publicaban tan grandes testimonios. Pedíale a Dios la Santa lo que habían menester, luz para ver la virtud deste varón de Dios; porque sin ella, en nuestra fragilidad lo bueno parece malo, y lo malo bueno.

5. En el mismo número habla la Santa de alguna elección de prior, que había hecho el padre fray Gerónimo en algún convento de la Observancia, de la cual entonces era visitador, y dice una cosa bien discreta, entre otras: Que es gran cosa que esté allí quien sea contrario para todo. Como quien dice: Se vive con grande atención con los enemigos a la vista; y con esa atención se vive mejor. Si no estuviéramos ciegos, podríamos [121] reconocer, que comúnmente hablando, debemos mucho más a los enemigos, que a los amigos; porque estos las más veces nos lisonjean, y adormecen; pero aquellos en el camino de espíritu nos despiertan, y ejercitan.

6. Luego habla en el número cuarto en sus santas cifras, y entiendo, que llama Pablo al padre Gracián; y no me admiro, siguiendo, e imitando (según el espíritu que Dios le comunicó en su santo ejercicio) al apóstol de las gentes.

7. Dale luego por aviso para un alma espiritual (que como hemos dicho era la madre María de san José, priora de Sevilla) que le diga: Que acabe de contentarse de su oración. De explicación necesita esta máxima. El contentarse una alma de su oración, puede ser de una de dos maneras, o con propia satisfacción, y presunción de que anda segura en su camino, sin el santo temor, con que es bien que vivamos, y más en lo místico: y no es esto lo que dice la Santa, porque ese género de contento sería muy peligroso. El segundo modo de contento es, quietándose, y sosegándose en el camino que Dios la lleva, sin andar mudando caminos, sino contenta, y resignada de que haga Dios su voluntad; y esto es lo bueno, y perfecto, y lo que aquí aconseja la Santa.
8. Desde este número cuarto, en que comienza a hablar de espíritu, todo lo que dice había de estar escrito con letras de oro; y pido atención a quien lo leyere, y que vuelva a leerlo, y aun decorarlo: porque este recado de la Santa pesa más que muchas cartas reales, y que muchísimos tratados, que se han escrito en la Iglesia de Dios.

9. Entra asentando una máxima grande, que es, que no se le dé nada de que no obre en su oración el entendimiento, cuando Dios se la gobernare de otra manera; esto es, que si la voluntad arrebata al entendimiento, y Dios la ha encendido de suerte con su amor, que él calla, y ella se abrasa, y a la meditación pasó a contemplación; y entienda entonces, que los discursos que fueron buenos para medios, los deben dejar en llegando al fin: y no sólo los ha de dejar, sino que se los harán dejar; porque en estando el alma enamorada de Dios, ¿para qué quiere los discursos, sino dejarse en todo llevar de Dios, y abrasarse de Dios?

10. Yo dijera, que en la oración hay discurrir para amar, y hay discurrir con amor; y hay amar sin discurrir. Discurrir, y meditar para amar, es santo, y bueno; pero el discurrir llevada el alma del amor, y con la fuerza del amor, es mejor: pero con la fuerza grande del amor de Dios, que cesen los discursos, y se abrase el alma en amor sin discursos, y se apodere de tal manera del alma el amor, que la desnude de todos discursos, este es más perfecto, y vivo amor.
Aquello primero parece que lo hago yo sólo; aunque ni eso podría hacer sin la gracia: esto segundo lo hacen en concurso el alma, y Dios: lo tercero parece que lo hace Dios sólo en el alma; porque el alma obra cuanto quiere Dios, pero más padece que hace: y esto es lo que san Dionisio llama, en mi sentimiento: Pati divina (san Dionisio), padecer lo humano con lo divino; esto es, padecer en lo humano, que es el alma lo divino que obra Dios en el alma.
¿Pero quién nos mete en eso a los pecadores, sin entenderlo, ni tratar de Dios, ni de espíritu? Él se apiade de mí, y me tenga en sí, y me [122] lleve a sí. ¡Oh Señor! Las monjas nos arrebatan a los superiores el cielo, porque nos arrebatan la oración, que las lleva al cielo. Dadnos oración de monjas, y tendremos virtudes de obispos.

11. Luego en el mismo número dice otra máxima admirable, que si la primera era de oro, esta segunda es de diamantes: Créame, padre (dice), que la mejor oración, es la que deja el alma fervorosa. Como si dijera: Aquella es mejor oración, que desde la oración, lleva luego al alma a la acción, a la obediencia, al servir, al agradar a Dios, al ejercitar las virtudes: no sólo deja deseos, sino deseos eficaces, y prácticos; y tales, que si desea obedecer, obedece: si desea trabajar, trabaja: si desea humillarse, se humilla: si desea padecer, padece: finalmente, que reduce el amar a Dios a servir a Dios.

12. Refiérese, que delante de un pontífice se arrobó un varón espiritual, y levantose mucho de la tierra, de suerte, que el pontífice con gran devoción le besó los pies, estando en el aire. Volvió a tiempo que lo pudo ver el estático; y de donde le había de resultar confusión, le resultó soberbia; y se tuvo por grande, el que había de humillarse hasta los abismos, de puro pequeño; y díjole bien otro espiritual, que estaba allí: ¡Oh desdichado! Subiste serafín, y bajaste Lucifer. Es menester que entendamos, que así como la meditación ha de llevar al amar, el amar ha de llevar al obrar, y al humillarse: y así como la consideración me ha de llevar a la contemplación, la contemplación me ha de llevar a las virtudes de la acción, y a toda acción, y ejercicio práctico de las virtudes.
Esta es la razón por que el Señor no puso la oración por indicación del buen espíritu, sino a las obras por indicación de la oración, cuando dijo: No puede el buen árbol dar mala fruta; ni dar buena fruta el mal árbol: por la fruta conocerás el árbol: Ex fructibus eorum cognoscetis eos (Matth. 7, v. 17 et 18). Como si dijera: Mirad a las virtudes del espiritual, y conoceréis el espíritu del espiritual.

13. Todo el número quinto es celestial, ponderando lo que conviene tener por perfecta oración la que más limpia el alma, y la que más la purifica: y por mejor la que la lleva más eficazmente a las virtudes, la que a ellas las guía, y alumbra, para que obre con mayor limpieza de afectos; y acaba con grandísima gracia: Mejor que la que se está quebrando la cabeza a sus solas, y a pura fuerza ha estrujado algunas lágrimas, pensando que aquello es la oración.
Habla aquí la Santa de las almas que quieren hacerse oradoras, y espirituales a fuerza de fuerza; siendo así, que quiere (como decía a otro propósito un cortesano) mucho más maña que fuerza; esto es, que quiere más ponerse delante de Dios en humildad, en resignación, en ansia de que haga su divina Majestad su voluntad en el alma, en confesarse indigna, pobre, miserable, reconocerse hija de su gracia, y en conocer que no hay en ella cosa buena, si no la pone su misericordia, en negarse a todo lo que no fuere su amor, y voluntad, en hacerse pobre de aquella riqueza, y mendiga de aquella eterna liberalidad; que no en querer a fuerza de fuerza, y de diligencias con un género de propiedad, tal, que le parece que lo ha de alcanzar por sus manos, hacerse el alma santa, pura, espiritual, y devota. [123]
¡Oh almas espirituales, y lo que dice en esto la Santa! ¡Oh almas! Que doctrina esta para humillarse, y confundirse, y tenerse por nada delante de Dios, y ponerse nada en sus manos, para salir todo de sus manos, y en saliendo todo de sus manos, volver luego a quedarse en su nada.

14. Finalmente los que lo practican, y lo entienden, lo expliquen: que no sé más que sentir, y oler como de lejos (porque no lo alcanzo de cerca) que esto que aquí dice la Santa es todo celestial, y es doctrina de san Pablo, y de san Agustín, en infinitas partes defensores acérrimos de la gracia, a la cual nos debemos todos, y del todo, y ella nos da la penitencia, y las lágrimas; y así yo pecador, y miserable, querría ser hijo humilde, y siervo fiel de la gracia, y de la divina misericordia; y no de mí mismo, y de la soberbia aborrecible de mis mismas obras, y propietarios desos: No yo, no yo, sino la gracia de Dios conmigo: Non ego, sed gratiæ Dei mecum (1, Cor. 15, v. 10).

15. Y dice discretamente la Santa: Pensará que estrujando algunas lágrimas, porque aquella palabra estrujar, dice una fuerza a las lágrimas, que salen por prensa, y es como si las sacaran por alambique, no corren como el agua aquellas lágrimas, sino que se sudan, violentan, y destilan, y son más hijas de la propia voluntad, que no de la gracia, y devoción. Porque verdaderamente las lágrimas, si ellas no se vienen, muy dificultosamente se traen; esto es, si Dios primero no las envía al corazón, tarde, y sin fruto saldrán a los ojos, desde el corazón. Dios nos libre del que llora cuando quiere, que es señal que llora de suyo, y no llora de Dios: las lágrimas las da Dios cuando quiere, y porque quiere; y por eso se llama don de lágrimas, porque es dado, no debido, ni tomado por sus propias manos, sino enviado por las de Dios.
Si este don estuviera en nuestra mano, o siempre habíamos de llorar nuestras culpas, si no lo viesen los prójimos, habiendo riesgo de vanidad; o nunca, habiendo este riesgo, habíamos de llorar; más vale que llore el alma allá dentro con los ojos enjutos del cuerpo, que no que llore el cuerpo muy seca, y enjuta el alma.

16. Después de haber dicho la Santa divinidades, dice al padre Gracián en el número sexto: Que se lo diga a José (esto es, a la madre María de san José) si le pareciere bien esto: pues el amor que tiene a Pablo (esto es, al mismo padre Gracián) lo sufre. Y parece también esto, que podía decirlo este padre, no sólo a la madre María de san José, sino a todos los que tratan de espíritu, para su aprovechamiento.

17. Al fin del número sexto acaba su discurso con dos palabras, que habíamos de sobreponerlas escritas en las puertas de nuestros aposentos, y aun en nuestros corazones, diciendo: Yo le digo, padre, que es gran cosa, obras, y buena conciencia. ¡Oh qué dos palabras! Obras, y buena conciencia. Reducir el amor al obrar, el obrar a limpiar el alma con la escoba espiritual del amor, es lo mejor del espíritu. Contemplación, y obras, y buena conciencia.

18. Ha hablado de la contemplación, y del amor, y luego reduce este amor a obras, y a buena conciencia con amor. No hay cosa más fuerte, para no dejarse vencer de lo que a Dios ofende, que el amor: no hay cosa más eficaz que el amor, para echar del alma lo que a Dios ofende. [124] Dénmela enamorada, que yo se la daré limpia; y si está poco limpia, no está muy enamorada. Cuanto crece el amor de Dios, tanto crece la pureza del alma; y cuanto descaece aquel, descaece también esta.
Mudose el buen color, dice Jeremías (Thren. 4, v. 1), y fue porque se mudó el amor. Tantos quilates, cuantos se pierden de amor, se va perdiendo de pureza. Amor, obras, y buena conciencia con amor de Dios es toda la vida del espíritu, y de aquí sólo depende toda la ley, y profetas.

19. En el número sétimo habla de la persecución de Sevilla, y de alguna tentación, que el demonio fraguaba contra algún religioso, y advierte, que Patillas (así llama al demonio) podrá ser que vuelva vencido, donde está buscando el engañar, y vencer; y es cierto, que por la gracia divina, sus batallas ayudándonos Dios han de ser nuestras vitorias, y sus tentaciones nuestras coronas; y así no hay sino animarse los atribulados, y tentados, y pensar en la resistencia, y ponerse humildes delante de Dios, resistiendo, y pidiendo, y orando; porque no hay que temer a un enemigo, que sólo es poderoso si le ayudamos, y no puede vencernos, si no queremos ser dél arrastrados, y vencidos.

20. En el número nono habla de una religiosa, que debió de padecer algunas imaginaciones, y ella puede ser que tuviese por revelaciones; y dice discretamente la Santa, como tan grande maestra de espíritu: Que será menester hacerla comer carne algunos días, porque tal vez procede de la debilidad de la cabeza, más que no de la del corazón, el padecer este género de engaños.
Pareciome muy bien lo que dijo un varón docto, oyendo grandes revelaciones de una beata, que ella decía de sí, que la llevaban por acá, y por acullá por esos aires. A todo esto sólo respondía: Fuerte imaginación tenía esa señora. Porque verdaderamente este género de cosas están muy sujetas a la imaginación, y las imaginaciones muy sujetas, cuando Dios lo permite al demonio; y tal vez puede ser que no sea aquella revelación del demonio, sino de su misma imaginación.



21. Casi el mismo remedio le da en el número décimo a otra religiosa, que le quiten el ayunar. Raro médico espiritual, y doctísimo fue santa Teresa. Porque escribiendo al padre Gracián, estando en la Andalucía, y la Santa en Castilla la Vieja, sin poder tomar el pulso, ni mirar el rostro al enfermo, solo por relación en ausencia, como grandísimo físico, con tan grande primor, y acierto curaba las dolencias del espíritu.

22. Y no deja de ser notable el modo de curación; porque los médicos lo más comúnmente curan con la dieta, y la abstinencia; pero la Santa daba por remedio la comida; y esto nace de la diferencia de los enfermos. Cuando se cura a abstinentes, es su remedio la comida; y cuando se cura a glotones, es su remedio la abstinencia.

23. Y porque las notas permiten grandes llanezas, y menudencias, viene a propósito aquí una cosa bien graciosa, que sucedió a la Santa con una de sus hijas, imitadora de sus virtudes, y gracias, la cual era grande ayunadora, y mandando la Santa a las hermanas, en un día muy festivo, que almorzasen, se defendía de almorzar como las otras esta religiosa; y llamándola la Santa, le dijo: ¿Que por qué no almorzaba como las demás? Ella hizo sus réplicas con grande humildad; a lo cual la Santa [125] le dijo: Vaya, vaya, y cómase por Dios, y la obediencia un torrezno. Y la religiosa entonces: ¡Ay madre!; ¿obediencia, Dios, y torrezno? Con muy grande voluntad. Como si dijera: Agradar a Dios, y merecer, y sustentarme mereciendo, ¿qué más puedo desear? En todo ganan los siervos de Dios, en comer, en beber, en recrearse. Por eso dijo el Apóstol, que a los justos, omnia cooperantur in bonum (Rom. 8, vers. 28).


24. El número décimo todo es de negocios: y nos hemos dilatado tanto en las notas de los números antecedentes, que hemos menester recoger el discurso, y aun la devoción a la Santa, que principalmente nos gobierna, para no pasar de lo preciso, a lo que no es necesario

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