miércoles, 10 de febrero de 2010

“No será pues razón, oh siervos de Dios, que sea
bastante ninguna cosa del mundo a deteneros de ir
a predicar el reino del cielo y la paz que Cristo nos
enseñó a toda criatura; pues por causa de estar
más a punto y aparejados para cuando mandare el
Padre de compañas ir a convidar a las bodas de su
Hijo, hemos despreciado la gloria y haberes del
mundo, y armado nuestras conciencias no con
pesadas armas de hierro sino con la loriga de la
justicia, yelmo de gracia, grebas de diligencia y
brazales de fortaleza, llevando calzados con la paz
nuestros pies para predicar el evangelio de la paz.
Yo os ruego por aquel cetro real de Cristo que
pretendemos levantar, por el imperio del Crucificado
que deseamos ampliar, por la bandera de la cruz
que queremos extender y por el amor que tenéis al
Rey de reyes, Señor de los señores y Capitán
general de las batallas, ejércitos y escuadrones del
cielo y tierra, que ninguna cosa se os ponga delante
para no acometer tan alta empresa como la
conversión de las almas, pues vuestro premio está
guardado copiosamente en la bienaventuranza con
vuestros padres, los apóstoles, a quien Dios puso
por príncipes sobre toda la tierra”.


Padre Jerónimo Gracián

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