viernes, 4 de marzo de 2011

Jerónimo Gracián llega a Pastrana (última parte)




Poco a poco, el silencioso y tímido estudiante de Alcalá de Henares se va transformando. Su vida devota continúa profunda y cada día más madura. Pero lo que en él se va destacando es algo nuevo, un sentido práctico y emprendedor: comienza a nacer un religioso dinámico. Sobre su espíritu emprendedor una biógrafa de Santa Teresa anotó: en la grandiosa obra que Teresa proyectó, y para la cual se entregó hasta su muerte, “el instrumento iba a ser el P. Jerónimo Gracián”. Si, por un lado, el despertar de este “fraile de acción” fue una bendición para la Orden de los Carmelitas Descalzos, supuso para él una fuente de grandes sufrimientos morales, físicos y espirituales.

La Madre Teresa ya había tenido noticias sobre el P. Gracián, sobre sus virtudes, conocimientos y dedicación a las cosas de la Orden. Los informes que le llegaban sobre él indicaban que era un hombre confiable y que las monjas aprovecharían mucho si fuesen orientadas por él. Después de tomar el hábito de los Descalzos, Teresa de Jesús – secretamente - escribió a las monjas para que le obedecieran en todo, tal y como la podrían obedecer a ella. Gracián no sabía nada sobre tal secreto; solamente su superior y la priora, Isabel de Santo Domingo, conocían las órdenes dadas por la Madre Fundadora. Pero si el hecho era secreto, enseguida estuvo claro que había alguna cosa de especial, porque solamente Gracián tenía ascendencia sobre las monjas, y nadie más. La Madre Teresa había tomado tal decisión porque no quería que sus hermanas – las monjas – fueran importunadas y oprimidas por los religiosos que acostumbraban, con la disculpa de obediencia, exigir de ellas prácticas y penitencias descabelladas y, además, destruir en ellas la santa libertad de espíritu que les fuera dada por el Concilio de Trento.

Si el ambiente de Pastrana estaba tan deteriorado a tal punto que Gracián dudase sobre si permanecer en los Descalzos, también es verdad que supuso para él una gran escuela. Practicó allí la administración de conventos, conoció profundamente de lo que es capaz el alma humana cuando está mal orientada; comprendió que una Orden no se sostiene sólo con intenciones, por mejores y santas que sean. Llegó al punto más crítico de la humildad, teniendo que obedecer a profesos casi analfabetos – siendo él un respetable intelectual dentro de los círculos académicos de la Universidad de Alcalá. Vivió la pobreza, casi absoluta, cuando podría haber vivido confortablemente en la Corte de Madrid. Podría ser comensal en las más nobles casas, apreciar los mejores manjares, pero escogió vivir una vida mendicante, teniendo frecuentemente sólo nabos y sopas aguadas como alimento. Lo principal, en realidad, es que su entrega personal a la “Reina del Carmelo” ya era definitiva; el ideal del Carmelo Descalzo impregnó todo su ser.

Era un Descalzo en cuerpo y alma: estaba preparado para hacer su profesión en la Orden de los Hermanos Descalzos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo. Y así la hizo, el día 25 de abril de 1573.





AUTOR: José Alberto Pedra, OCDS
Traductor: Fr. Luis David Perez

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